miércoles, 22 de marzo de 2017

Tango Félix Lipesker Argentina


Tango:

José Lipezker y Ana Dobin se conocieron en Odessa. De allí emigraron hacia la Argentina en 1910, muy jóvenes pero ya casados. Ella murió en 1928, cuando tenía 35 años y había dado a luz seis hijos varones. Una vecina le había aconsejado, como anticonceptivo, beber el azul utilizado para blanquear la ropa, sustancia tóxica que su hígado no resistió. Todos sus vástagos habían nacido en Rosario: Germán en 1912, Félix en 1913, León en 1916, Santos (en realidad Salomón) en 1918, Marcos y Freddy (Jaime) en 1925. José fabricaba gorras, oficio con el que prosperó hasta poseer un taller con veinte obreros. Pero el bienestar económico no evitó el tremendo impacto familiar de la temprana muerte de Ana. Su prole tenía en ese momento entre 3 y 15 años. Antes de morir, ella le advirtió a su esposo que no quería otra madre para sus hijos, y José cumplió. Nunca rehizo su vida. Germán, el hijo mayor, vio una tarde, en un escaparate, un bandoneón Doble A, de la lutiería alemana Alfred Arnold, todo de nácar blanco. Lo compró sin un propósito definido. Unos días después, Félix descubrió la extraña caja, y al abrirla encontró ante sus ojos un instrumento de muy candorosa belleza, y apenas en semanas aprendió a extraerle melodías. Germán lo llevó entonces a estudiar con Abel Bedrune y, un año después, ya actuaba en un café rosarino, formando parte de la orquesta de su maestro. Félix ya definía su estilo de intérprete delicado, sutil, intimista. En 1934 viajó a Buenos Aires para incorporarse al conjunto de Julio De Caro, quien había sufrido la deserción de Pedro Laurenz y Armando Blasco, y había oído hablar de un mozo rosarino que tocaba muy bien el bandoneón. Antes de sus mayores éxitos de compositor, como el vals “Romántica”, con versos de Homero Manzi, Félix escribió el tango “A Rosario Central”, cuadro del que eran hinchas todos los Lipesker (que entretanto habían sustituido la z de su apellido por una s). La partitura, con la foto del equipo en la portada, se vendía a 10 centavos en la vieja cancha de «los canallas». Con letra de Manzi compuso también los hermosos valses “Más allá” y “Tu nombre”, y los tangos “Alba”, “Muchacha [b]” y “Pajarito [b]”, además de la milonga “Arrabal [b]”, en la que el poeta de Pompeya imagina una luna amarilla que siembra misterios, caminando en puntillas sobre los techos. En varios recordados tangos, Félix compartió la composición con el pianista Emilio Barbato. Son los casos de “Este viejo corazón”, con letra de José María Contursi; “Adiós adiós corazón” y “Naná”, con letra de Cátulo Castillo. Todos fueron grabados, como mínimo, por la orquesta de Osvaldo Fresedo, cuyo pianista era precisamente Barbato, y editados por Julio Korn, lo cual, por lo que se verá más abajo, induce a dudar del aporte autoral de Félix. No es descartable que él sólo contribuyera con la seguridad de la edición. En 1944, dio a conocer, “En cada puerto un adiós”, y un año después, “Mi nataí”, en colaboración con Leonardo Timor (Once Jerome), tango inscripto en el exotismo al que tanto rédito supo extraerle el letrista Horacio Sanguinetti. Félix abrió un conservatorio junto con Carlos Marcucci, origen del famoso método de bandoneón Marcucci-Lipesker, editado en 1945, que se impartía incluso por correspondencia. En las provincias brotaban las orquestas, que sufrían tal escasez de bandoneonistas que aceptaban incluso a los formados por correo. Félix había compartido con el admirable Marcucci la fila de bandoneones de De Caro, también integrada por el renombrado Gabriel Clausi. Entre los alumnos célebres que estudiaron con Félix se encontraba Leopoldo Federico, quien abandonó aquellas lecciones cuando dejó de poder pagar los 15 pesos mensuales que cobraba el maestro. Félix compró la editorial musical Sudamericana, que luego le vendió a Julio Korn, pasando él mismo a gerenciar todo el conglomerado. Mientras tanto, su mujer, Matilde Bussano, le insistía en que abandonara la rumbosa vida de músico, con sus largas madrugadas de cabaret. Félix dejó entonces a De Caro y se consagró a explotar combinadamente los tres recursos con que contaba: sus conocimientos musicales, el conservatorio y la editorial Con ésta lanzó la Biblioteca del Bandoneonista, adaptando y digitando para el fuelle obras clásicas famosas, desde valses de Chopin a piezas de Albéniz, pasando por Rimsky Korsakov y Paganini, e incluso el método Hanon de piano. Dio a conocer además álbumes de variaciones para bandoneón, cada uno con diez tangos, sobre compositores como De Caro, Aníbal Troilo o Enrique Santos Discépolo. Frecuentemente se duda de la real autoría de Félix Lipesker aunque nadie pone en tela de juicio sus aptitudes. Es el caso de los arreglos para bandoneón solo, que firmó con Federico. El primero de esos, correspondió al tango “Guardia vieja”, de Julio De Caro, en el que el nombre de Lipesker figuraba en tipos de gran tamaño, y el de Federico en un cuerpo mucho menor. Éste, sin hacer ningún comentario ante ese atropello, preparó su venganza al entregar el segundo arreglo, en ese caso de “La rayuela”, también de De Caro, agregó en caracteres de imprenta el nombre de los autores, escribiendo el suyo bien grande y el de Lipesker debajo, en letras pequeñas. Félix tampoco emitió comentario alguno, pero en lo sucesivo los dos nombres fueron impresos en igual cuerpo. Ya bastante era que figurase Lipesker como autor sin haber escrito una nota y que, además, la retribución por el trabajo fuera poco más que simbólica. Dentro de su pobreza, la paga era superior cuando el autor del tango arreglado había muerto, lo que inducía a trabajar sobre obras de compositores extintos como Eduardo Arolas o Agustín Bardi. En cuanto al método, entre los bandoneonistas se presume que fue Marcucci su único autor, pero admitiendo que Félix lo revisó y corrigió, tarea para nada irrelevante.

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