martes, 27 de enero de 2015

Tango Carmencita Calderón Argentina


Tango:

La mítica compañera de El Cachafaz En aquellos ambientes iniciáticos del tango, de caña fuerte, de humo de tabaco espeso y ordinario, de competencia bravía, camorrera, la mujer apenas despuntaba su presencia a través de prostitutas extranjeras -en su mayoría francesas- o chicas del interior conocidas popularmente como chinas. La danza porteña nació bastarda, machista y orillera y a las féminas les costó su tiempo franquear esas puertas prohibidas incluso para la sociedad pacata de la época. Pero el tango supo esperarlas y les dio el salvoconducto en su aduana a las musas milongueras que venían a iluminar las nuevas pistas bailables en salones y clubes que desplazaban a academias, bailongos y cabarutes. Para ello debió abandonar la procacidad de sus movimientos, transformándolos en una sustancia íntima, sensual, recoleta, que abarcaba a una comunidad cuyos sentimientos eran intransferibles y donde machos y minas compartían una pasión común. Uno y otro creaban al compás de la música, el hombre llevando, marcando compases y pasos, la mujer interpretando el modo de devolver y disfrutar en su cuerpo lo que el bailarín le estaba proponiendo. Y en este rincón nos reconforta traer por las coordenadas del recuerdo a esa viejecita que se nos fue hace muy poco, llamada Carmen Micaela Riso de Cancellieri, aunque artísticamente al haber adopatado el apellido de su abuela materna española, se la conoció como Carmencita Calderón y que durante años fue pionera y arquetipo, en la sala y el escenario, en academias, en cine, en giras, acompañando a bailarines de luenga fama y desafiando los prejuicios de la época, porque no sólo el tango era machista. Me gustaba tirarle de la lengua para que hablara de aquellos tiempos en que se la admiró tanto: «Hoy día hay muchos bailarines como el Cachafaz, y bailarinas completísimas... «¡No diga eso, por favor! El Cacha fue el más grande de todos -respondía exaltada-. Nadie ha hecho los pasos de él, nadie fue tan elegante, nadie inventó tanto...» Carmencita, como le llamábamos todos, fue una reina pero el marketing de la época no daba más que para una jubilación mínima. Aprendió a bailar a los 13 años en casa, con su hermano Eduardo y no soñó jamás con un futuro de bailarina profesional. Una noche de 1932 acompañó a las dos hermanas menores a bailar al Club Sin Rumbo en su barrio de Villa Urquiza. La madre había muerto joven y ella acudía en calidad de celadora, aunque tenía nada más que 27 años. Unos amigos que conocían sus habilidades la pincharon para que bailara con un habitué de mucho prestigio. «-Era un señor italiano, pelado, que había quedado viudo hacía poco. Ahí me acordé que yo había visto pasar el cortejo desde la ventana de casa, en la avenida Constituyentes. No me parecía nada del otro mundo, así que les hice caso y bailé con él. Recordaba Carmencita.» El bailarín en cuestión era nada menos que Tarila -José Giambuzzi- maestro de muchos destacados, que después de unos cuantos tangos, le hizo una proposición. «¿No querría usted bailar conmigo en mi Academia y con El Cachafaz en la suya?» Cachafaz fue la palabra mágica y, al día siguiente, estaba ella en el café de Corrientes y Talcahuano donde paraba El Cacha todas las tardes y donde le presentaría a su gran amigo, Carlos Gardel y a otros de su barra como Alippi, Muiño o Tito Lusiardo, pues la primera mesa de la confitería era su secretaría. El Cachafaz era feo, picado de viruela, tenía una pinta casi patibularia, que lograba desvanecer cuando patinaba sus charoles por el encerado y a su lado como abrojito prendida, Carmen completaría el rubro más emblemático. Debutaron con la orquesta de Pedro Maffia en el Teatro de San Fernando, hicieron numerosas giras, sobre todo con Canaro y su Historia del Tango, y la última presentación juntos fue en 1942 en Mar del Plata. Después de bailar "Don Juan", en los camarines, El Cacha -55 años-, caería fulminado de un síncope. Ese año 42, en un Palermo Palace atestado, con la orquesta de Ángel D'Agostino -que también era bailarín- y la voz de Ángel Vargas, Carmencita fue aclamada por los milongueros, haciendo pareja con El Pibe Palermo -José María Baña-. Siempre supo que dejarse llevar por un hombre en la pista o el escenario no es subordinarse o ser sometida por el macho, sino aceptar su conducción para poder bailar. Y así, mientras el brazo como una serpiente se enrosca en el talle que se va a quebrar, ella, en trance, navegando en la latitud del pentagrama, ignorando a veces el alarde sombrío de algunos hombres, improvisaba con ellos figuras y dibujos complicados que despertaban admiración. Surgida de la escuela popular, de los salones y clubes barriales, su lenguaje corporal era único, henchido de sentimiento y de una bizarra simplicidad que no se aprende en academias. No fue mujer ni amante del mítico Cacha, que siempre la trató de usted, aunque le llevaba 16 años de edad. ¡Jamás ensayó coreografía alguna! Y recordaba a su madre como la maestra secreta: «Siempre me decía: Levantá la cabeza y no mirés al suelo , y me corregía la postura. Murió con 39 años, pobre, y mi padre se murió sin saber que yo bailaba tangos, porque estaba muy mal visto». El tiempo la gastó como a cualquier criatura pero su magisterio de avanzada pergeñó a futuro que la milonguera sabe dejarse llevar validando la propuesta del varón que baila bien. Y que merced a su sensibilidad tanguera, a su entrega y dedicación, con su propio estilo y convicción, logrará junto a él una emoción intransferible. La vi bailar ya muy mayor, junto a Juancito Averna, y mantenía ese fuego interior, notable precisión en el ritmo , moviéndose al compás de la música y de los erráticos dibujos que le proponía su joven compañero, con una emoción antigua y renovada. Bailó con el Cacha en la película Carnaval de Antaño, de 1940, estuvo 10 años junto a él, acompañó a otros bailarines y es reconocida generosamente por sus sucesoras. Carmencita trasmitía ese tango que se silbaba y se tarareaba por las calles y que su madre cantaba mientras lavaba la ropa. El que se caminaba por las pistas porteñas sin ganchos ni voleos espectaculares, pero con un abrazo intransferible, único, deslizando la suela por el piso, sin verso ni franela, porque por sobre todo lo primero era bailar y sentir el fueye del Gordo, el piano del Tuerto o el compás de D'Arienzo. Carmencita sigue sumando, es nonagenaria, y al recrearla en ajadas fotografías , homenajeamos en su persona a todas las milongueras que acuden en las pistas al llamado ancestral del tango. José Gobello la definió así: «Vos sos la piba sin tiempo / milonguera de alto rango, / sos eterna como el tango que te lleva en su compás. / Carmencita Calderón las baldosas se estremecen / presintiendo tus quebradas, tus corridas, tus sentadas / cuando invitan a bailar». Amén.

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