jueves, 18 de agosto de 2016

Tango Linda Thelma Italia


Tango:

Fue una belleza morena de grandes ojos oscuros. Todos o casi todos los amantes de la música ciudadana hemos oído hablar de ella en alguna oportunidad y no es para menos. Linda Thelma compartió con Pepita Avellaneda el privilegio de ser una de las pioneras de nuestro tango. Se llamó Ermelinda Spinelli y sus orígenes son tan misteriosos como el tango mismo. Se cree que nació en 1884, pero su acta de defunción dice que murió a los 49 años, por lo tanto habría nacido en 1890. Sobre este tema la noticia necrológica del diario La Nación, publicada el 24 de julio de 1939, informa que murió a los 55 años, sin aclarar su lugar de nacimiento, se desprende que habría sido en 1884. A su vez, una nota publicada en el diario Crítica, en 1915, anunciaba la celebración de sus bodas de plata con la tonadilla. De ser así, habría debutado en 1890, contradiciendo el acta de defunción. En conclusión, fue una «precoz tonadillera» y su nacimiento fue en 1884 o antes. Cronistas de la época se han referido a Linda como criolla o ítalo-criolla y si bien su apellido nos habla de unas raíces itálicas, ignoramos fehacientemente donde nació. Conforme al anuncio del diario Crítica, era una niña de seis años cuando debutó como tonadillera. En 1904 inicia su carrera en teatro con la compañía de Jerónimo Podestá. Más adelante fue miembro de las compañías de Guillermo Battaglia y Atilio Supparo. Su actividad teatral fue variada, hizo comedia y varieté hasta dedicarse por completo a interpretar aires criollos y tangos. Se inicia en el music-hall en 1909, en el teatro Roma, ubicado en la calle 25 de mayo 462 y —según cuenta ella misma en una entrevista— «...en ese teatro no se aceptaban textos decentes, ni damas que quisiesen pasar por tales.» A partir de 1910, su nombre se hizo conocido y su rostro familiar. Una revista de agosto de 1917, Mundo Argentino, la definió como «cantante argentina de aires nacionales». Por ese entonces actuaba en el teatro Esmeralda. Diecisiete meses después, en esa misma publicación, apareció una hermosa fotografía en la tapa de esta bella intérprete criolla. Todas sus presentaciones eran destacadas y acompañadas por el éxito, tuvo fama y aplausos y fue la mimada del público. Solía salir a escena vestida de gaucho con espuelas y botas de charol, adelantándose a la gran Azucena Maizani. Pero la crítica no era tan complaciente con ella y muchas veces la trataba en forma dspiadada, aunque siempre reconocía su popularidad. Su voz era muy particular, tal vez no guste a nuestros oídos modernos, pero no debemos dejar de lado su obra ni desmerecer su trabajo. Fue una de las primeras mujeres que se animó con el género. Viajó, llevó el tango al Viejo Mundo, cantó en España y en París. En la capital francesa actuó en el legendario Moulin Rouge llevada por Madame Rasimi y para mayor logro se encontró con el maestro Francisco Canaro, quien le ofreció ser cancionista de su orquesta y con él viajó a Nueva York en 1926. Luego, en 1929, la vida de Linda tomó un giro inesperado. En un viaje a Perú, signado también por el triunfo y los aplausos, conoce al presidente Augusto Leguía (1864-1932) e inicia con él una relación sentimental. Se instala en Lima. Allí fue propietaria de caballos de carreras, de lujosos automóviles que deslumbraban a la sociedad limeña y supo desenvolverse como anfitriona de espléndidas fiestas acordes a su nuevo tren de vida. Pero esto duró muy poco, en agosto de 1930, una sublevación militar derroca al presidente y es deportada. La vida se volvió difícil y fue imposible para ella remontar la cuesta. Su carrera entró en decadencia y cosechaba amarguras donde antes recogía éxitos, vacíos donde antes había salas llenas. No despertó el menor interés entre el público. Tristísimas veladas al actuar en teatro o como número vivo en algún cine. Su pena, su desencanto, fueron profundos y las cosas nunca más volvieron a ser como antes. La fama de Linda Thelma había terminado, otras figuras, otros estilos ocuparon su lugar y se la fue olvidando. Como ejemplo, la nota de León Benarós en la revista Todo es Historia nº 268, en la que se reproduce la nota necrológica de José González Carbalho, publicada en el diario Crítica (24 de julio de 1939), titulada: «Nadie fue a acompañar el cadáver de Linda Thelma». En ella su autor recuerda: «Hace cuatro o cinco años, en un cine de la calle Bernardo de Irigoyen... vimos anunciada a Linda Thelma. Decía la cartelera: “Hoy debut de Linda Thelma después de su gira triunfal por Australia”. A lo mejor era cierto. Fuimos. Costaba treinta centavos la platea, con cuatro películas en el programa. Había mucho público de barrio que, sin duda, ignoraba quien era la estilista. Apareció entre los decorados deshechos, un telón con un motivo de Trianón o algo por el estilo. Vestía un traje de fiesta que parecía plissé, pero estaba multiplicado de arrugas. Su silueta no era elegante ni fina. Hizo como que cantaba y el público ya empezó a gritar y patalear, así desistió de su rentree...» Su última actuación, registrada por el investigador Hugo Lamas, fue en el Teatro Cómico, en agosto de 1934, en el espectáculo Café Concierto 1900, de Ivo Pelay y Asdrúbal Salinas. Ya retirada, vivía en Santa Fe 2415, alejada del medio artístico. Hacia 1933, la Revista Sintonía la recordó como a una gloria pasada. Cuatro años después, en 1937, pudo vérsela en el sepelio del antiguo guitarrista de Carlos Gardel, José Ricardo, dejando una ofrenda floral en memoria del fallecido. El 23 de julio de 1939, Linda Thelma nos dijo adiós definitivamente. Falleció en el Hospital Rawson y sus restos descansan en el panteón de actores, en el Cementerio de la Chacarita. Hoy pocos recuerdan quien fue; su voz, un tanto anacrónica para nuestros oídos, se desvaneció. Su actividad discográfica se inicia en 1908, algunas grabaciones para el sello Odeon y otras para el sello Era, habiéndose individualizado 14 temas, cinco como solista: “El pechador”, “El pilluza” (tangos) y “Viejo perdido” (estilo), entre ellos; ocho a dúo con Ángel Villoldo, como los diálogos “El marido borracho” y “El lechero y la sirvienta” y otro con R. Sánchez. Entre 1922 y 1923 grabó diez temas en el sello Victor, entre los cuales están: “Mi mala cara”, (canción triste), “Mi ñata” (estilo cómico) y “Por cumplir” (cifra criolla). Como curiosidad podemos añadir que el disco donde hallamos este último tema tiene en su otra cara “Siempre criolla”, la primera grabación de Rosita Quiroga. A veces sus ojos profundos, que nos miran a través de una antigua foto, parecen reprocharnos el olvido a la que hemos relegado a una de las primeras intérpretes de nuestra canción.

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